El último post de El Pardo era una pequeña antesala del garden tour de hoy! Como es un jardín histórico que ha sufrido varias devastaciones y transformaciones, he querido documentarme con el libro «El Jardín Barroco o la Terraza Natura. Jardines Barrocos Privados en España» de la paisajista y restauradora de jardines históricos Mónica Luengo Añón, hija de Carmen Añón, que también ha dado cursos de restauración en Batres. Aquí os dejo el texto completo y a continuación extraigo una síntesis de lo correspondiente a este jardín. Aunque es un poco largo, espero que os guste y disfrutéis de la magia de la historia de los jardines.
Antes que nada os quería dar unos rasgos generales basándome en mis apuntes de clase de Ángela Souto Alcaráz..
– El Duque del Arco manda construir una villa suburbana en el monte de El Pardo. En lugar de un jardín a la francesa hay rasgos manieristas italianos.
– Recuperación del clasicismo renacentista italiano.
– 1745 Inventario del rey. Lo hace Francisco Carlier, hermano de René Carlier (El Retiro).
– Carácter de villa rústica italiana. Encinar.
– Jardín rehundido entre muros, muy íntimo. Se estructura adaptándose a la pendiente en cuatro terrazas.
– Estructura monoaxial con remate en hexedra y gruta.
– Cascada francesa al modo de LeNôtre en un jardín italiano.
– Parterres de Broderie.
– Concatenamiento de piezas de agua (jardín italiano)
– Sin relación directa de la casa.
– Utilización de especies aromáticas (árabes). Especies trepadoras fragantes, jazmines por el muro.
Y ahora la síntesis.
¿Qué ocurre en España mientras en toda Europa se abre paso el Barroco jardinero? El paso del jardín propio de la dinastía de los Austrias, herencia de Felipe II, a la introducción del Barroco de La Granja ha sido poco estudiado. Mientras el impacto de Marly, Vaux-le-Vicomte y Versalles irradia toda Europa, hasta el advenimiento de Felipe V, duque de Anjou y nieto de Luis XIV, la jardinería española sigue por cauces particulares. Con la llegada del primer Borbón se instaura en España el nuevo jardín clásico francés, pero con la particularidad de circunscribirse a las obras de la realeza, salvo contadas excepciones, ya que existe una clara continuidad con el periodo anterior (Austrias). «A pesar de los numeroso jardineros… que a partir de los trabajos de La Granja fueron viniendo a España, a pesar del afrancesamiento de la ‘ilustración’ a finales de siglo, el estilo y sentimiento del rey Felipe II (mezcla entre herencia hispano-árabe, técnica y orden flamencos, esencia italiana) seguirá siendo la base de las “constantes” de la mejor jardinería española ».

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El jardín de infinita perspectiva se adaptaba mal a la topografía española, donde es difícil encontrar grandes llanuras con abundancia de aguas. El elevado coste de este tipo de obras no estaba al alcance de toda la nobleza, por lo que los ejemplos señeros los encontraremos en los Reales Sitios. Los principios que van a regir la jardinería española cortesana durante al menos la primera mitad del siglo XVIII serán los postulados por Le Nôtre y recogidos en manuales de la época, como el famoso La Théorie et la Pratique du Jardinage de Dézallier d’Argenville; ahora bien, aunque la teoría sea francesa, sus autores serán franceses, españoles o italianos. Ellos adaptan las directrices del nuevo estilo a la particularidad del suelo español; ingenieros, jardineros, técnicos y artistas siguen utilizando durante muchos años los tratados, aunque «sin entrar en la esencia de los mismos »
El ejemplo paradigmático del jardín barroco en España será La Granja, donde trabajan Carlier, el ingeniero Marchand y el jardinero Esteban Boutelou.
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Una de estas excepciones será la Quinta del Duque del Arco, jardín del que existe además una detalladísima descripción realizada con ocasión de su cesión a la Corona, que permite, en el lenguaje de la época, comprobar el rico repertorio barroco. Existe también un minucioso y magnífico plano realizado por Francisco Carlier, hijo de René Carlier, quien es enviado a estudiar arquitectura a París y regresa a la corte en 1734, siendo nombrado arquitecto del Rey. Este palacete y jardín constituye, según Sancho, «el ejemplo más refinado de jardín formal del Barroco tardío en España, mezclando con algunos rasgos de la tradición hispánica otros franceses e italianos, imbricados de tal modo que la crítica ha oscilado en ponerle una etiqueta italiana o versallesca ».
Esto puede atribuirse, según Añón, a la semejanza de la Quinta con St. Cloud, y en especial con su cascada, que pudiera traer unidas las influencias francesas e italianas, derivadas estas últimas de la procedencia italiana de la familia Gondi, los primeros propietarios de Saint Cloud.
En cualquier caso, la Quinta tuvo su origen con don Alonso Manrique de Lara, montero mayor del Rey, quien la adquirió en 1717 (pocos años después del comienzo de los trabajos en los jardines de la Granja, que él conocía bien), convirtiéndose así en una más de las villas suburbanas que por entonces jalonaban el camino hasta El Pardo. Los jardines han sido atribuidos a distintas manos, desde Esteban Marchand, a quien hemos visto trabajar en el cercano jardín de Migas Calientes, uno de cuyos jardineros era además encargado de La Quinta, o al ingeniero Truchet, quien en un memorial de 1747, en el que se ofrece al rey para realizar los jardines del nuevo Palacio Real, asegura «hallarse en esta tierra por haberle hecho venir el Excmo Duque del Arco para que dirigiese y hiciese hacer La Quinta ». El jardín es un calco de los pequeños jardines que propone Dézallier en su tratado y se extiende, contra toda norma, paralelamente a la fachada del edificio, en lugar de hacerlo desde el punto más alto hacia el más bajo, coronado por la edificación, lo que nos remite a una característica más bien española de ejes transversales. De forma más o menos rectangular, se distribuye en cuatro niveles y se remata en la parte superior por una forma absidal con gruta.
Existe un detalladísimo inventario del año de la donación, en el que se describen minuciosamente los distintos niveles: el primero con los cuadros de boj, con sus dibujos y platabandas dobles, los naranjos en espaldera, treillages, cenadores con cúpula y los pedestales, basas y capiteles de piedra de Colmenar, así como un gabinete ochavado sostenido por seis columnas de mármol blanco; una fuente con surtidor y jarrones, cabezas de emperadores romanos sobre pedestales y naranjos en cajones, al modo de las orangeries francesas, que permitían que fueran guardados en invierno.
En el segundo nivel se encontraba la Cascada con sus conchas, rodeada por nichos que guardaban estatuas; adornaban también esta terraza diez estatuas de cuerpo entero, cuadros de boj, platabandas dobles y dos fuentes. Todos los muros estaban cubiertos por laureles y jazmines en espaldera y llenos de tiestos de flores, especialmente claveles y rosales, y abundaban los naranjos; también tenía galeones, o calles cubiertas de verde que comunicaban directamente el primer y el último nivel, con un acceso directo al palacio, en las que había un gabinete con una fuente, emparrados, frutales y estanques.
El tercer nivel tenía también estatuas, cuadros de boj, círculos de césped, platabandas dobles y una fuente «con su pedestal redondo en figura de peñasco, su surtidor y su estanque de piedra blanco y a ambos lados árboles frutales, con tiestos de barro para «naranjas y claveles ».
El cuarto plano o del estanque tenía escaleras, muros de contención de ladrillo guarnecidos de naranjos, laureles y jazmines en espaldera y «el estanque grande », que tenía en sus ángulos cuatro cabezas de leones por cuyas bocas echan el agua ». También tenía estatuas sobre pedestales y una gruta que, en su fondo, tenía una fuente con un delfín de plomo dorado.
Este inventario es de gran importancia, ya que es prácticamente el único documento sobre un jardín barroco que no sea de posesión real. En la descripción aparecen numerosos elementos característicos del estilo, tanto arquitectónicos como vegetales, algunos de ellos desaparecidos, como la abundante estatuaria, o el cenador del jardín bajo ni la abundancia de treillages y celosías que componían hasta cuatro cenadores (dos semicirculares y dos ochavados) que hacían complicados dibujos. Estas arquitecturas realizadas con treillage remiten, de nuevo, al tratado de Dézallier. Aparecen también los galeones, túneles de verdura o galerías cubiertas de verde, elemento característico de la jardinería española cortesana, que habían existido previamente en jardines como el de la Isla de Aranjuez, el Retiro (el Ochavado) y que continúan apareciendo más tarde, como en el proyecto para el jardín del Príncipe de Aranjuez de Pablo Boutelou (quien había visitado la Quinta y emitido un informe).
Como otra constante de la jardinería española hay que resaltar también la unión íntima entre jardín de placer y jardín huerto, es decir, jardín de producción. Los jardines estaban emplazados en el centro de una finca de carácter eminentemente agrícola, cuyos regalos eran frecuentes en la mesa de los monarcas. Los jardineros que se encuentran al cargo del jardín figuran entre los más conocidos de la época, y entre ellos cabe citar a Juan de Ribera o, en 1787, Lumachi, que trabaja también en el Real Jardín Botánico y en las huertas de San Juan y San Antonio del Buen Retiro.
Es ejemplo paradigmático, pues, de jardín barroco a la manera española, es decir, copiando al pie de la letra los manuales de la época en lo que se refiere a los detalles, dibujos de parterres y cuadros, elementos arquitectónicos, ejes, simetría, variedad, ornamentación, etc., pero con la gran salvedad de las perspectivas que, de nuevo, al igual que en La Granja, rompen totalmente con los principios dogmáticos del jardín clásico francés. Las vistas desaparecen, se extienden en sentido contrario y ya, en el XIX, desaparecen totalmente con la plantación de grandes wellingtonias en el eje central.
Ya os he dicho que era un poco largo.. ¡mejor que vayáis a verlo! está tan cerca de Madrid que repetiré siempre que pueda!
Allí nos vemos!
Besos!!

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